Saltar al contenido

Cerrar Cerrar Botón

Leticia Sánchez Ruiz y su mundo para escribir - Blog de la red municipal de bibliotecas

Blog
Atrás

Leticia Sánchez Ruiz y su mundo para escribir

Formulario
Leticia Sánchez Ruiz y su mundo para escribir

Bastan dos espejos opuestos para construir un laberinto. Mis primeros espejos enfrentados fueron mis dos abuelos. Ambos se llamaban Ramón, y su nombre y su nieta era prácticamente lo único que los unía. Mi abuelo Ramón Sánchez era un hombre callado y un inmenso lector. Siempre estaba leyendo. Fue él quien me enseñó a descifrar las letras de los libros sentada en sus rodillas y me explicó que él jamás se sentía solo porque le gustaba leer. Mi abuelo Ramón Ruiz, sin embargo, no leía demasiado, más que el periódico a diario, pero era un fabuloso contador de historias. Se las apañaba para embrujar a la gente con sus largos relatos como si fuera un pariente humilde de Sherezade. Cuando él hablaba, todo el mundo guardaba silencio. Daba igual de qué trataran o dónde trascurrieran sus historias, en la lejana Cuba o en la huerta de su casa, porque todas ellas las contaba con la misma fascinación. Mi abuelo murió hace veinte años y hoy en día todavía hay gente que me para por la calle para decirme que se acuerda de lo bien que contaba las historias. Así, me crie con un abuelo lector y un abuelo contador, dos espejos opuestos que dieron como resultado mi laberinto de escritora. 

Por otra parte, en mi casa del pueblo había un desván de tejavana donde se guardaban las patatas y las cebollas, pero también mis libros. Cajas y cajas de libros infantiles en un desván con trampas para ratones. Allí me pasaba las horas leyendo, sumergida en mundos lejanos.  Y cuando bajaba del desván, en la cocina me encontraba con mi familia contando historias del pueblo, de la siega, de los vecinos, de nuestros antepasados. Así, me crie entre un desván lleno de libros y una cocina llena de historias cotidianas. Siempre me he preguntado dónde reside la verdad, en cuál de estas partes está la resolución del misterio, si en las palabras de los libros, en la intelectualidad, o en las voces de la gente y el calor de la lumbre. En mi literatura enfrento constantemente estos dos espejos y escribo sobre el laberinto que crean. Como si, de alguna manera, me hubiese quedado a vivir en la escalera entre el desván y la cocina. 

En el colegio nos mandaron, a modo de ejercicio, escribir un diario de esa semana. El primer día escribí metódicamente cada cosa que me había pasado, ocupando casi una página. El segundo día descubrí que me aburría mucho poner lo que me había ocurrido y escribí bastante poco. El tercer día empecé a inventármelo todo, y comencé a disfrutar. No eran unas fantasías desorbitadas, sino cosas pequeñas como que ese día había estado contemplando un pájaro que se había posado en la ventana, que había estado comiendo un bocadillo con mi mejor amigo o que me había comprado una cinta de un cantante que me gustaba. Pero nada de esto era cierto. Aún guardo ese diario en casa de mis padres y, algunas veces, cuando lo abro, veo más a la niña que yo era en las cinco páginas que me inventé que en las dos que narré fielmente. Dicen muchísimo más de mí y de mi vida entonces. Porque no eran mentiras; eran ficción. Y cuando enfrentamos el espejo de lo real con el espejo de lo no real, el resultado es el laberinto de la ficción. 

La ficción es lo único en común que han tenido todas las culturas de la tierra: la necesidad de explicar el mundo mediante leyendas, mitos, historias. Utilizamos la ficción para vernos desde fuera pero, a la vez, la utilizamos para ver dentro de nosotros mismos. Hay historias que jamás podríamos entender si no nos las inventáramos. También hay otras que sólo se pueden contar desde la verdad, desde la fiel narración de los hechos, desde la confesión, desde el testimonio. Pero renunciar a la ficción me parece renunciar a uno de los mayores tesoros, y necesidades, del ser humano. 

Me han preguntado muchas veces por qué escribo, y jamás he sabido dar una respuesta satisfactoria. En realidad, tampoco la busco porque tengo miedo de que si un día descubro exactamente por qué escribo, entonces deje de escribir. Puede que escribamos precisamente para eso: para saber por qué escribimos. Para un día poder soñar con encontrar la salida a ese laberinto y que todos los misterios nos sean revelados.  

Img blog bibliotecas

 

Nuestras redes

Facebook

Instagram

youtube

issuu

Contacto
Coordinación de bibliotecas