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¿Qué es el Bloomsday? - Blog de la red municipal de bibliotecas

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¿Qué es el Bloomsday?

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¿Qué es el Bloomsday?

(Por Javier LASHERAS)

El lunes 13 de junio de 1904, el joven y ya miope escritor irlandés James Joyce (Dublín, 1882 - Zúrich, 1941), zigzagueando por las calles de Dublín, abordó, por una de esas estúpidas apuestas de juventud, a la más joven Nora Barnacle (Connemara, 1884 - Zúrich, 1951), una muchacha atractiva llegada desde Galway y que trabajaba como criada de hotel. Tras una conversación vivaz y atropellada, Nora le concedió una cita para el día siguiente. Sin embargo, James esperó en vano. Tal vez dolido, pero no derrotado, escribió una misiva a Nora para que reconsiderase su actitud. Al atardecer del jueves 16 de junio de 1904, Nora y James salieron por primera vez. Pasearon. Hablaron. Hablaron y se besaron. Desde entonces, Nora y James compartieron sus vidas y en 1931 decidieron casarse. Esta fecha fundacional, el 16 de junio de 1904 acabó convirtiéndose en el Bloomsday —o día de Ulises— en alusión a Leopold Bloom, protagonista del Ulises, la obra magna de James Joyce.

Cuándo decidió el autor irlandés que este sería el día en el que transcurrirían las «peripecias» de Stephan Dedalus, Leopold Bloom y su mujer Molly Bloom, los principales personajes del Ulises, es algo que no podemos saber con precisión milimétrica, pero sí podemos acercarnos. Tal vez, como cuenta José María Valverde, uno de los traductores de la obra al español, estando años después en Roma, trabajando como empleado en un banco, James Joyce pensó en utilizar un episodio que le ocurrió pocos días después de conocer a Nora. Al parecer, paseando por una calle de Dublín le dio por piropear a una muchacha sin caer en la cuenta, debido a su miopía, de que iba acompañada por un militar. Éste lo golpeó dejándolo fuera de juego, aunque enseguida fue socorrido por un conocido judío de la ciudad. Esta anécdota le sirvió para sopesar si añadirla como un cuento más en su libro Dublineses, pero en realidad, según Valverde, supondría el germen de la novela. ¿Fue entonces el recuerdo de esta historia lo que provocó que Joyce rememorase el día en que conoció a Nora y que le sirvió para fijar la jornada durante la cual transcurre una de las obras más vanguardistas de la historia de la literatura?

En fin, anécdotas rodeadas de un sinfín de dudas que, sea como fuere, también sirven para que los más acendrados entusiastas de la obra joyciana celebren de muy diversas formas este 16 de junio. Así, nos encontramos con quienes se desayunan un riñón de cerdo a la plancha (véase el capítulo 4) acompañado del tradicional té con tostadas. Otros comen un emparedado de queso gorgonzola con vino de Borgoña (léase el final del capítulo 8); algunos se visten y pasean por Dublín a la manera de principios del siglo XIX y, aún otros, se reúnen para realizar juntos el itinerario urbano por donde transcurre la acción. Y cada cual, celebrándolo a su manera, recuerdan que tal vez el mundo y hasta su propia vida caben en esas 18 horas de aquel 16 de junio, durante las que transcurre el Ulises de James Joyce, publicado en París en 1922 gracias a la ayuda y el empeño de Sylvia Beach, la dueña de la librería Shakespeare&Company.

El Ulises, como casi todos los lectores ya sabrán, es una obra compleja que se enmarca en el modernismo anglosajón, caracterizado principalmente por la ruptura con la época victoriana y la transgresión de las pautas narrativas tradicionales. Grosso modo, en el Ulises nos encontramos con idiolectos varios, virtuosismos, forcejeos lingüísticos, juegos de palabras, variaciones musicales, cacofonías y onomatopeyas a troche y moche incluyendo todas aquellas que se derivan de las excrecencias humanas, así como la invención o parodia de múltiples estilos. De hecho, cada capítulo es un estilo por sí mismo y todos y cada uno de ellos añaden a su dificultad léxica y sintáctica —además del de la traducción de su imaginería y conocimientos cuando se vuelca el texto a otros idiomas—, los derivados del orden fónico: entonación, modismos, silencios. En este sentido el texto posee un carácter eminentemente musical, lo que llevó a decir a Ezra Pound que el Ulises era «poesía, al borde de la música». Añádase que la obra se levanta sobre una estructura fascinante de 18 pilares que son 18 horas del día 16 de junio de 1904; 18 capítulos que soportan a un mismo tiempo el peso de 9 referentes que el propio autor nunca quiso que los lectores supieran de ellos. Se trata del archiconocido esquema Linati en el que se detalla que cada capítulo:

  1. se corresponde con un episodio de la Odisea de Homero;
  2. se inserta en una hora del día 16 de junio de 1904;
  3. tiene un color;
  4. responde a reconocibles personajes de la Odisea;
  5. opera en torno a una «técnica» de estilo determinada;
  6. tiene una relación directa con una ciencia o un arte diferentes;
  7. responde temáticamente a un sentido o significado;
  8. alude o representa un órgano concreto del cuerpo humano y
  9. se enmarca en un código simbólico.

Por todo ello, el Ulises también es una obra en la que no resulta muy difícil extraviarse o hartarse si uno acude a ella desprevenido. Pero leída en su justo momento —que cada cual deberá averiguar por sí mismo—, es una experiencia cuando menos inolvidable, llena de belleza a veces sumergida y no exenta de múltiples problemas para el lector que en más de una ocasión pueden llevarle a la exasperación. Entre estos problemas, mencionaré algunos de menor dificultad: el capítulo 10 está poblado por personajes menores paseando por Dublín. En el 12, aparece un narrador que luego desaparece. El 14 no parece tener mayor interés, si nos atenemos al criterio del ya mencionado José María Valverde. El 17 está escrito en forma de catecismo, es decir, pregunta y respuesta. Y, finalmente, ese interminable monólogo de Molly Bloom para acabar de guillotinar al lector más aguerrido. Y ahora, si esto no les amedrenta, ya pueden imaginarse los problemas de mayor complejidad a los que deberán enfrentarse. Y sin embargo…

Sin embargo, estamos ante una experiencia y una exasperación que, si las ponemos en valor hoy en día, nos interpelan ante esa niebla de cultura populista que prima el mercado y el éxito y que se ha impuesto sin pudor a costa de la verdadera importancia artística. Y nos interpela, tanto a lectores como escritores y críticos, amén de editores, libreros, bibliotecarios y demás familia, para que no olvidemos por más tiempo la desmoralización que sufrieron las ya antiguas élites culturales. Porque los siguientes damnificados, sin falta de ser élites ni culturales, ya somos nosotros, los contingentes. A este respecto, tengo dos noticias que darles. La mala es que ya hemos empezado a caer. La buena es que, en este vasto universo que es la literatura, nadie que lea a Joyce necesita de la cultura populista para nada, o al menos, eso creo.

Sospecho, al fin, que si el Ulises ha llegado hasta nosotros —al igual que tantas otras honduras y joyas literarias—, es porque habla de la libertad de la creación, de la fuerza de las convicciones artísticas y de la asunción del riesgo; porque en esta obra anida la potencia de un texto que, lleno de humor, juego y ternura, de bromas y locura sin fin —y, por supuesto, sin mal—, ofrece argumentos críticos ante los valores sociales de vía estrecha, ante el odio y la muerte y, sin duda, el consuelo necesario para afrontar el abismo feroz de los traumas humanos. Pero también ante el abismo más bello: al cabo, nuestra propia existencia.

 

Javier LASHERAS es escritor. Su última novela es Las mujeres de la calle Luna (Ed. Algaida, Sevilla 2017). Acaba de publicar el libro de poemas El cielo desnudo, (Ed. Luna de Abajo, Oviedo, 2018). Lasheras es miembro del Círculo de la Calle de Ulises.

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