Dentro del programa "Las bibliotecas, espacio para pensar" el politólogo Carlos Gil de Gómez ha  charlado sobre la actualidad en: "La sociedad pospandemia: errores, retos y horizontes de futuro"  En torno a cuatro ensayos sociales (4 más 1, en realidad) ha abordado los cambios que conllevará la llamada "nueva normalidad" que, considera, teniendo siempre en cuenta los letales datos que ha dejado la pandemia, no serán tantos como se anuncian. Cada crisis conlleva su consiguiente mirada apocalíptica: tras un ataque terrorista, una crisis económica o una pandemia global. No obstante, terminamos superándola y, desgraciadamente, esperando otra que sin duda llegará.  Las obras recomendadas son las siguientes:

• La era del vacío, de Gilles Lipovetsky, 1986.
• La sociedad del riesgo global, de Ulrich Beck, 1998
• Miedo líquido, Zygmunt Bauman, 2006
• La sociedad de la transparencia, de Byung-Chul Han, 2013
• Vida grafeno, Arturo Téllez y Carlos Gil de Gómez, 2015 

En base a estas lectura y a otras de sus autores considera que este pandemia no solamente no cambiará demasiado nuestra sociedad sino que, desgraciadamente, profundizará en sus errores y sus virtudes. 

Seremos todavía más hijos de un consumo de masas, donde se produce una personalización como modo de gestión de los comportamientos, donde lo principal es satisfacer nuestros deseos, habilitando el tiempo de ocio. Un mundo cada vez más cibernético, donde jugamos a multiplicar las opciones de diversión, donde la libertad se concibe como la elección entre distintos formas de consumo: un bufet libre de satisfacciones individualista, narcisista y hedonistas. La sensación de sociabilidad no es otra cosa que una atomización de lo social, con un aislamiento aparentemente intelectual y moderno (ver las últimas series en alguna plataforma de pago son el mejor ejemplo). 

La modernidad conlleva riesgos, que no son otra cosa que el precio a pagar por el bienestar que disfrutamos. Estos riesgos son globales, generan desigualdad, son aprovechados por algunos y desmontan el liderazgo político. Las viejas formas adhesión (iglesia, partido, sindicato) no pueden dar ya respuestas satisfactorias, por lo que se genera una sensación de pérdida y se refuerza el individualismo radical. Campo abonado para el populismo de cualquier color. 

Todo nos lleva al miedo, y no se trata de cualquier miedo. Un miedo líquido que es mucho más profundo y desgarrador cuando se muestra disperso, oculto, sin rostro, sin identificación, sin lugar concreto. Nos enfrentamos a un no-sujeto, origen de nuestras peores pesadillas, causante de nuestros desvelos. Un miedo que se hace cada vez más fuerte en una sociedad hiperinformada, sin tiempo para decantar tantos y tantos datos.   

Una sociedad cada vez más (auto)controlada, que solo muestra su mejor cara, como en las fotos que se suben a las redes sociales, que oculta la cara b de la opulencia. Cada vez estamos más vigilados y más controlados, cediendo derechos y libertades de una forma sutil e imparable. Los motivos parecen sobrar: evitar otra crisis global, un ataque terrorista o la expansión de una pandemia. 

Un mundo entre dos siglos, sin abandonar uno y sin integrarse plenamente en otro. Donde nada es blanco o negro, sólido o líquido. El grafeno nos describe. Un mundo en el que conviven la fe en la ciencia y en la religión, el neoliberalismo salvaje y los aranceles, la tecnología y la artesanía. Un mundo con instituciones pretéritas que pretenden resolver problemas que no podían ni imaginar cuando fueron creadas. 

Ojalá me equivoque al predecir una sociedad pospandemia que se mira demasiado el ombligo sin percibir que ya no vale externalizar todo lo que no queremos ver o usar. En un mundo global, todo se comparte. Los excesos y los desequilibrios (económicos, financieros, demográficos, biológicos) se terminan pagando en la aldea global.